martes, 27 de septiembre de 2011

El cielo llora por mi

El cielo llora por mi

Era una de esas tardes desastrozas, en las que su cabeza lo estaba torturando como siempre, y los actos de otras personas le arrancaban las lágrimas que sin querer desparramaba por el salón de casa. El día, como siempre, lo acompañaba, y estaba nublado. Cuando sus lágrimas comenzaron a caer, el cielo comenzó a parpadear, con la luz de decenas de relampagos haciendo brillar una y otra vez el cielo. Uno tras otro, con su respectivo trueno, sin parar.
Poco a poco secó sus lágrimas y se dirigió hacia la ventana, y comenzó a mirar el cielo. Estaba descalzo, y llevaba el mismo pantalón y camiseta que ayer. Su mente se encontraba en blanco, completamente ensimismado en el juego de luces que jugaban en el cielo. En el fondo, estaba enfadado, cansado, y deseaba, no, gritaba que uno de esos rayos se dirigiera hacia él, y atravesara la ventana hasta alcanzarlo. Poco a poco su mente se concentraba más y más, y pronto comenzó a llorar el cielo. Tan fuerte que asustaba, pero él seguía observando inmutable cómo el agua impactaba en la ventana y en el suelo; incluso cómo la gente tenía miedo y corría para no mojarse.
Cuanto más se concentraba más llovía, hasta que en un momento, comenzaron a caer granizos, que golpeaban la ventana, uno tras otro, haciendo el chasquido que siempre hacen. Y entonces su cuerpo comenzaba a acercarse a la ventana, como si la lluvia lo atrajera; como si los relampagos, rayos y truenos, lo buscaran. Quería escapar de allí, quería salir a la calle y mojarse, y morir mojado por un rayo; golpeado por mil granizos. Pero no, se encontraba allí impotente al no porder hacer nada por arreglar lo que estaba pasando. Y completamente solo se dirigió a su cuarto, cogió el móvil y lo apagó, seguidamente desconectó el messenger para no ver absolutamente a nadie. Así cortó toda comunicación con alguna persona, ya sea una voz, o palabras escritas en un ordenador.
Y volvió de nuevo a la ventana… se apoyó sobre el sofá y siguió mirando como caía la lluvia. Su gata, se acercó a él. Intuía que algo le pasaba a su dueño, y empezó a rozar la cabeza por su cintura, hasta conseguir que él la acariciara. Ella era la única que realmente lo comprendía…
- Iros a la mierda…- dijo en voz alta – Iros a la puta mierda todos… - Y las lágrimas comenzaron a caer, mientras la lluvia se debilitaba.
Entonces se dio cuenta que lo impotente de su vida, es que las cosas le pasaban sin buscarlas. Se encontraba solo y ni siquiera sabía por qué. Lo convirtieron en un lobo a la fuerza y ya no sabía cómo actuar ante la gente. Lo habían obligado a tener miedo a amar, y sin embargo, se moría por tener a alguién en quien confiar. Por alguna extraña razón, todos en los que puso un minimo de confianza, terminaron fallándole. Haciéndole daño. Y era tal el nivel de sus heridas que ante el más mínimo intento o visión de que le iban a hacer daño, se defendía, encerrandose.
Estaba cansado de la vida, pero hace tiempo que lo obligaron a vivir, porque un amigo le enseñó que el suicidio hace mucho daño. Pero imaginaba de mil y una forma, su muerte. Pero siempre se vería limitado por algo… o por alguien… y eso era lo que le mataba.
Intentar, intentar, e intentar… y nunca conseguir nada.

1 comentario:

Isangel dijo...

A veces la oscuridad de uno mismo llega a niveles insospechados... menos mal que tras la tormenta, dicen... siempre llega la calma..